En 1988, un joven llamado George, aquejado de un severo Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC), intentó suicidarse con un disparo en la cabeza. Inesperadamente, este trágico acto tuvo un efecto secundario sorprendente: la bala, alojada en el lóbulo frontal izquierdo, la zona asociada al TOC, eliminó casi por completo sus compulsiones. Este caso inusual, publicado en el British Journal of Psychiatry, desafió los límites del conocimiento psiquiátrico.
Antes del incidente, George se lavaba las manos cientos de veces al día, lo que le impedía estudiar o trabajar. Tras la extracción parcial del proyectil, sus obsesiones disminuyeron drásticamente, sin afectar su inteligencia ni sus capacidades cognitivas. Pudo completar sus estudios y comenzar la universidad, llevando una vida relativamente normal con la ayuda de antidepresivos.
Aunque cinco años después del suceso aún presentaba rituales menores, estos no interferían con su vida diaria. Los médicos lo describieron como una cirugía cerebral inesperada y exitosa. Este caso fortuito abrió un debate sobre el papel del lóbulo frontal en los trastornos obsesivos y sirvió como una analogía involuntaria para procedimientos neurológicos utilizados como último recurso para el TOC intratable, como la estimulación cerebral profunda o la resección focal del cortex orbitofrontal.
Desde entonces, la psiquiatría ha avanzado significativamente en la comprensión y el tratamiento del TOC. Hoy en día, la combinación de terapia cognitivo-conductual e inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) es el tratamiento de primera línea, eficaz en la mayoría de los casos. Para los casos resistentes, la neurocirugía funcional se considera un último recurso. La historia de George sigue siendo un ejemplo extraordinario del poder del cerebro para reorganizarse y curar en circunstancias extremas, impulsando la investigación sobre tratamientos dirigidos al lóbulo frontal.
Fuente Original: https://cerebrodigital.net/disparo-cabeza-curo-enfermedad-mental/
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